Saturday 10 October 2015

Marcos

Loco. Sin un tornillo. Demente. Mentalmente inestable. Ido. Me han llamado de muchas maneras desde que llegué aquí, nunca por mi nombre. Hace tanto que no lo oigo que tampoco soy capaz de recordarlo; mi existencia se ve ahora reducida a paseos, ayudar a María a cocinar, a cargar la compra con Antón, a ser llamado Marcos, a ordenar la casa y a dormir. Al principio, cuando no podía dormir (cosa que pasaba muy a menudo) leía. Leía con ansias, deseando encontrar una historia con la que sentirme identificado. Pero con el paso del tiempo me he rendido. Viendo que nadie contaba mi historia, he decidido escribirla aquí.

Para empezar, déjenme decirles que no soy de este lugar. Tampoco recuerdo exactamente de dónde vine, pero sé que éste no es mi lugar. Yo tuve una madre que, aunque murió, no es la madre que María dice que compartimos hasta el dos mil tres. También tuve una hermana, pero no era María; aunque no recuerde ni su cara, estoy seguro de que ella no es la hermana que vagamente recuerdo. Recuerdo también a un padre bondadoso; María describe un monstruo que no se parece en nada a aquello que sé que he vivido. Pero sí que se parece a cosas que he visto en sueños.

Siempre tuve problemas para dormir; hasta los ocho años me la pasé invadiendo la habitación de mis padres casi todas las mañanas. Llorando, yo les contaba mis sueños; aquellos donde yo era un niño cuya única protección ante la bestia que azotaba a su familia era su hermana mayor. Por aquél entonces María era la luz que hacía que mis pesadillas fuesen más llevaderas. Por cada golpe que recibía de la bestia podía contar un abrazo de María. Por cada grito, una sonrisa. Aún así, yo temía a las pesadillas, y cuando entraba en el cuarto de mis padres lo hacía llorando. Entre berridos y mocos les contaba lo que soñaba y, con una sonrisa, ellos me abrazaban. Su calor corporal y sus palabras me consolaban; cuando, al cabo de unas horas, mi hermana traía el desayuno a la cama me sentía estupendamente. Estábamos todos juntos, estábamos todos bien.

Pero ahora ya no es así. Para empezar, el sueño ha tomado el control de mi vida. Lo peor es que ahora no hay bestia, y María no me salva de nada. Siento que soy una carga; noto como todos me miran raro, como no les gusta que mi pensamiento se ausente ni que mi mirada vague hasta el infinito. Cuando paseo con María y su marido Antón noto que casi nunca vienen los niños. Además, si nos cruzamos con alguien que sé que ellos conocen no se saludan como de costumbre; se reprimen, y lo hacen por mí. Se avergüenzan, y lo hacen de mí.

Esos momentos, esas situaciones tan crudas y difíciles de tragar, son las que por momentos me hacen creer que no he dejado de soñar. Que la bestia ha tomado el control de todos los personajes de mi sueño. Hasta que empecé a escribir esto, pasaba los días buscando la manera de despertarme. Pero como ya he dicho, nadie contaba una historia como la mía. Nadie había pasado por mi situación, y si alguien lo había hecho se me ocultaba. Es por eso que tampoco le he contado a nadie que estoy escribiendo. Si María o Antón se enterasen se lo dirían a los psiquiatras, y ellos volverían a hacerme preguntas a las que no sé responder.

Y es que el cambio empecé a tenerlo cuando los psiquiatras se inmiscuyeron en mis sueños. Mi edad rondaba la veintena cuando mis pesadillas recuperaron su fuerza; en ellas ya no había bestia alguna que me azotase. En vez de eso, los psicólogos se la pasaban haciéndome preguntas, llamándome Marcos Gómez, preguntándome por lo sucedido con mi padre Enrique, instándome a explicarles qué sentí cuando murió mi madre Eugenia, intentando averiguar por qué fuera del trabajo solo me relacionaba con mi hermana María. Obviamente, yo no lo entendía. Los psicólogos de mis sueños me preguntaban cosas que yo no conocía realmente; recordaba el nombre de María como parte de mis pesadillas del pasado, y tanto Enrique como Eugenia habían formado parte de esos horribles sueños. Pero, como ya he dicho, los recuerdo como eso; eran los restos de mis pesadillas, huellas de una realidad que nunca aceptaría como la mía.

El paso de los años no me ayudaba a dejar atrás aquellos demonios de mi pasado; los psicólogos de mis pesadillas se convertían en psiquiatras, las conversaciones en tratamientos experimentales. Llegó un momento en el que dormía más de lo que vivía, y debido al funcionamiento de la mente durante los procesos oníricos acababa soñando más de lo que dormía.

Llegado cierto punto empecé a ser incapaz de discernir una realidad de otra; llamaba María a mi hermana, en el trabajo me asustaban las preguntas que se me hacían, empecé a temer a todo mucho más... mi vida entera fue cuesta abajo. Acabé recluido en mi cuarto, y lo único que recuerdo de mi anterior vida es que me fui a dormir. Aquella noche empezó como cualquier otra; soñando. El de aquella noche empezó con un psiquiatra diciéndome que estaba curado. "Ya no hay nada que temer, Marcos." decía el Dr. Gil. "Todo estará bien ahora, en unas horas vendrá tu hermana María a buscarte." dijo con una sonrisa mientras se iba. Y aún sigo aquí.

Salí del instituto mental y me instalé junto a mi hermana María y su marido Antón en su casa. Les ayudo con las tareas del hogar y cada tanto paseo con ellos. No me dejan quedarme solo con los niños, pero si ellos están cerca me dejan hablar con ellos e incluso a veces jugar. Cuando llega la hora de dormir les oigo discutir; la mayoría de veces lo hacen sobre mí. Y el principal problema es que todo es muy real. Lo único que se me hace raro en este mundo son mis recuerdos; aquello que considero sueños del pasado tengo que llamarlo "mi vida", y lo que siempre habían sido mis vivencias y experiencias ahora no son más que sueños y sombras de un pasado oscuro.

¿Descubriré algún día cual es la realidad? Si alguien lee esto y se siente identificado, si alguien puede compartir conmigo una historia similar, por favor hágalo. Si no voy a poder escapar de este mundo, ayúdenme a formar parte de él. ¿Cómo lo han hecho? ¿Dónde están? ¿Por qué no se habla de nosotros? Solo busco respuestas.

Firmado,
G.

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