Tuesday 30 July 2013

Caperuza granate.

Tras ponerse su caperuza roja, nuestra estimada joven salió de casa de su abuela, no sin despedirse. "¡Volveré pronto!" le dijo. Su abuela no podía ni imaginar lo que nuestra inocente protagonista planeaba.
Volvió por el camino más corto; aquél cuyos árboles eran hogar de hermosos pajarillos que, alegres, cantaban a un sol que brillaba radiante y lleno de felicidad. El camino, rodeado de florecillas de todo color imaginable, era realmente bello; los animales, confiados, se acercaban a uno con la calidez de una madre. Fue así como Caperucita Roja pudo atrapar a un conejo que, tras desollarlo, supo que era el principio de aquel plan que durante tanto tiempo había urdido. Lo guardó en una neverita que había traído para la ocasión y prosiguió. Un poco más adelante en el camino, decidió empezar a preparar las trampas. El conejo serviría de cebo, así que no tenía que sacarlo hasta más tarde.
Preparó con una cuerda (¡bendiga Dios las clases de nudos a las que su padre la había obligado a ir meses atrás!)  un mecanismo que atrapase al lobo en el mismo instante en que pasase por ahí. La cuerda estiraría del maldito mamífero hasta alzarlo a la altura de las ramas en las que esperaban preparadas trampas para osos, que lo retendrían por si, en algún momento, el lobo era capaz de liberarse de la cuerda. Dejó el conejo cerca de la trampa y marchó hacia casa.
Al día siguiente llamó su abuela; aún estaba un poco enferma, así que Caperucita volvería a tener que ir a llevarle un poco de caldo y una porción de esa tarta tan rica. Nuestra joven protagonista sonrió macabramente y se preparó para partir.
Cuando se encontró con el lobo, como de costumbre, aceptó ir ella por el falso atajo que éste le ofrecía, mientras él se iba por el camino verdaderamente corto. Pero no lo hizo; en cuanto el lobo avanzó un poco, Caperucita le siguió. El olor del conejo desollado atraía tanto al lobo que no se daba cuenta de que nuestra joven protagonista le seguía. En menos de lo que se tarda en decir escuálido, el lobo acabó colgado de una rama, enganchado a múltiples trampas para osos y sangrando a borbotones por las heridas provocadas. Caperucita rió un poco, le acercó el conejo a la boca y se fue caminando hacia lo de su abuelita. Con la caperuza manchada del granate de la sangre del anteriormente orgulloso mamífero, ahora moribundo, se dirigió a la casa de su abuelita, a la que saludó con normalidad.
Era la primera vez que caperucita no se comía la tarta por el camino, así que ese día la abuelita pudo disfrutar de tan delicioso dulce.

Monday 15 July 2013

Sobre Charlotte, Mathieu y la verdad.

Charlotte no sabía qué hacer con Mathieu; él, junto a su mundo, se venía abajo irremediablemente. Escapaba a todo entendimiento qué había sido la causa de tal situación; el desasosiego de la joven contrastaba con la mortuoria calma del guarda quien, inmutable e inalterable, se paseaba por casa cual fantasma.
Pocas veces comía, y el dormir no era un lujo que nuestro joven fuese a permitirse; el quitarle la vida a aquél hombre tan sencillamente le había dejado tocado, le había enseñado que posiblemente aquel mañana que tanto dábamos por sentado día a día podía dejar de existir en los pocos segundos que tarda en ser disparada un arma, en las milésimas durante las cuales no funciona el freno de un vehículo, en el hecho de alargar solo un poquito aquella pequeña broma de "ahogos" en el lago.
Pero eso no lo sabía Charlotte; montones de ideas pasaban por su cabeza, desde las drogas hasta la posesión fantasmal, pasando por los engaños amorosos o una dura enfermedad. Ignoraba que lo único que había hecho su marido era abrir los ojos. Pero no siempre es bueno hacerlo, y buena prueba es nuestro querido Mathieu; hay gente que debe vivir, debido a su incapacidad para aceptar las cosas como son, a su fiel idolatración del eterno sueño de la vida perfecta e inacabable, siempre predecible, con los ojos cerrados para así evitar conocer verdades que, de otra forma, a uno lo arruinan.
Una vez que uno cae víctima de la verdad y es incapaz de aceptarla, ya nada se puede hacer, y ahí entra el papel de nuestra estimada Charlotte; ve como su marido se derrumba sin motivo aparente, poco a poco, sin saber que en realidad lo único que hace es alzarse. Es incapaz de hacer nada para evitar que siga subiendo, que siga descubriendo, porque una vez vista una verdad la curiosidad y el hambre nunca pueden ser saciadas. Y todo lo que sube, acaba bajando. Es la caída de los que no saben cargar con los privilegios de la verdad.