Tomé, impulsada por el hambre, los primeros gajos de la jugosa fruta
que me ofreció, habiendo dejado atrás ya toda desconfianza, con la
mano que tenía libre. ¿No estaba encadenada hace un momento?
“Las únicas ataduras que pueden imponerse a quien usted es son las
que usted misma forja, señorita.” pronunció lenta y altaneramente
don Segismundo, quien, viendo con la velocidad que había tragado el
sabroso fruto, le alcanzó el resto de tan idílico cítrico.
Entonces me dí cuenta de que no estaba encadenada, sino sentada en
una cómoda silla de teca adornada con motivos orientales que, a
pesar de su belleza, no consiguieron distraer mi atención del
enigmático sujeto que ante mí se presentaba. “Además, cada uno
ve también lo que quiere ver. Oye aquello que prefiere. Siente lo
que le conviene en aquél momento. Y el dolor... pocas veces es más
que una mentira que nos hacemos para no sentirnos tan fríos y
distantes respecto a los demás.” siguió hablando don Segismundo,
aunque ahora era una mujer, bella y joven, con unos ojos que
envidiaría cualquiera. Pero sigue teniendo cara de Segismundo. En
ningún momento dudé de eso. Estaba claro que, sin importar lo que
quisiésemos ver, había cosas que no se podían cambiar.
“En eso tiene razón Lindemann, todo tiene un límite, en especial
las mentiras que nos hacemos a nosotros mismos. La verdad siempre
encuentra la forma de salir a la luz, siempre y cuando sea cierto que
tal verdad lo es.” se pronunció don Segismundo, que ahora había
recuperado su aspecto masculino. Pero yo sabía que era mentira. No
todas las verdades salen a la luz. Algunas quedan enterradas,
olvidadas por siempre, cubiertas por tal maraña de mentiras que el
salir a la luz es algo que tiende a ser un imposible. “Pero,
señorita Lindemann, no lo entiende. Una vez que no queda nada para
defender la verdad, la mentira deja de serlo. Las personas, los
momentos, la vida, todo cambia. Y la verdad no es una excepción.”
dijo con una voz cargada de la preocupación que asalta al típico
profesor que no sabe cómo hacer que un concepto quepa en la mente del común alumno con dificultades.
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