Monday, 26 January 2015

Cuestión de poder, cuestión de querer.

El fruto de un duro trabajo. No hay mucho más que busquemos; una recompensa, un algo que nos pruebe que aquello por lo que nos hemos desvivido no ha sido un sinsentido, que no hemos trabajado para nada. En definitiva, buscamos que se nos demuestre que no hemos estado perdiendo el tiempo.

Porque hay pocas congojas igualables a la provocada por los resultados fallidos. Los problemas amorosos pueden ser algo que nos distraiga e incluso que nos preocupe hasta cierto punto, pero es algo que escapa a nuestros límites porque abarca a un segundo, un tercero y demás. La salud y la enfermedad son también situaciones sobre las que, aunque podamos influir, siempre hay un deje de probabilidad que nos es inevitable. Por mucho que nos cuidemos, siempre algo puede pasar. Nos puede fallar la confianza, podemos dejar de creer en aquellos que una vez veneramos, pero al final no deja de ser eso; que alguien nos ha fallado a nosotros. Alguien que no controlábamos nosotros.

Hay muchos otros casos así. Perder una partida de lo que sea, siendo un juego de equipo o no, es algo que nunca depende solo de uno mismo, porque ya son dos personas como mínimo las que se esfuerzan para salir victoriosas, y siempre hay alguien que tiene que perder. Cuando trabajamos junto a otros para conseguir una meta común también podemos fallar y, aunque seguramente nuestros actos hayan influido en el resultado (sea negativo o positivo), siempre nos queda el consuelo de que no todo es producto nuestro.

Claro, hay situaciones en las que solo uno es el responsable de los resultados. Y es comprensible fallar una vez; todos cometemos errores, nos equivocamos constantemente al vivir cosas nuevas. No sabemos como afrontarlas y pasa lo que pasa. Podemos equivocarnos una segunda vez, y aún así podríamos justificarlo; habría que trabajar más, tendría que haberlo dado todo, podría haber hecho tal y tal cosa para mejorar...

Pero, ¿qué hacemos cuando, tras habernos esforzado de verdad, tras habernos desvivido por algo, esto fracasa? ¿Es ese fracaso la bengala que a gritos nos comunica que hay que dejarlo? ¿Es tal tropiezo un “No.” definitivo? ¿No queda ya nada que podamos hacer para superar las barreras que nos separan de aquello que ansiamos realizar? ¿aquello que, aún habiéndonos dejado la piel por ello, hemos sido incapaces de controlar?

Mi respuesta es, a pesar de que me sorprenda, incierta. Si tuviese que decírselo a otra persona tengo muy claro lo que respondería. Eres capaz de todo y más, los único límites que encontrarás son aquellos que te impongas a ti mismo. Apunta al Sol y las estrellas y te aseguro que como mínimo alcanzarás el cielo. Lucha por lo que quieres, porque no hay nada que pueda contra una férrea voluntad que se aferra a aquello que ama. Tus deseos y sueños no son más que realidades para las cuales aún no has trabajado lo suficiente; extiende la mano y tómalo, hazte con todo lo que consideras tuyo, porque no habrá jamás nadie capaz de pararte.


Pero, ¿es ésa la respuesta que me daría a mí mismo?

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