Sunday 5 June 2016

Sigfrido

Al abrirse las puertas, Sigfrido se metió en el vagón y sin pensárselo dos veces tomó el asiento libre más cercano; estaba agotado, y le quedaba un largo trayecto por delante así que no podía permitirse el lujo de perder el tiempo vagando por el metro buscando un buen lugar dónde sentarse.

En cuanto lo hizo apagó los auriculares, pues no tenía sentido intentar escuchar música en el metro; el ensordecedor estruendo de la máquina al ponerse ésta en acción ahogaba toda melodía, sofocándola con una metálica cacofonía que no dejaba indiferente ni al más pintado.

En las primeras paradas no hubo mucho movimiento; pitidos, puertas que se abrían y cerraban, saludos y despedidas, algún grito en la lejanía... Nada que se escapase de lo normal. Pero fue en la cuarta parada cuando la paz a la que se había acostumbrado se fue al garete.

El primer factor que se encargó de quebrar tan frágil calma fue un grupo de unos siete jóvenes, de entre 14 y 17 años que, con el tronar de sus voces (y algún que otro agudo gallo que se les escapaba) se encargó de hacerse oír a lo largo y ancho de la estación. Hablaban de cualquier cosa; banalidades que no pasan a serlo hasta que se tiene la perspectiva, imposibles que simplemente no han sido tenidos en cuenta desde el punto de vista adecuado o de la borrachera del sábado pasado. Pero éstos (a quienes a partir de ahora nos referiremos como la "Tempestad") no estaban solos en su misión.

Al poco de notar la entrada en escena de la susodicha Tempestad, el efecto de su sonora presencia se vió mitigado por la toma de plaza de una cariñosa pareja a la que le gustaba ocupar las dos plazas correspondientes como una y dos medias. La mano que le pasó sobre la espalda el caballero a la dama se sobreextendió hasta el punto de invadir lo que era la existencia de Sigfrido; además, los nerviosos e impredecibles giros de cabeza de la señora (a quien bautizamos como Lady EsSoloUnaParada) le ponían de los nervios, ya que su cabello le azotaba de tanto en tanto. "Es solo una parada" le decía Lady EsSoloUnaParada a su compañero (al que llamaremos Lord YaYaLoSé de ahora en adelante) una y otra vez. Sigfrido estaba bastante seguro de que en el transcurso de los primeros treinta y siete segundos de estadía la mujer había hecho el comentario unas siete veces, y a todas Lord YaYaLoSe respondió con un altivo "Ya, ya lo sé" que acababa con una coqueta sonrisa dirigida a Lady EsSoloUnaParada. 

Después de esos treinta y siete segundos se cerraron las puertas, y con mucho esfuerzo Sigfrido consiguió aislarse del estruendo de la Tempestad y, con mucha fuerza de voluntad, logró no reaccionar ante el irritante, peludo y constante (aunque involuntario, a su parecer) ataque de Lady EsSoloUnaParada. Pero eso no era más que el principio.

La siguiente parada transcurrió bajo la normalidad adoptada en la parada anterior, si dejamos de lado el efusivo besuqueo de Lady EsSoloUnaParada y Lord YaYaloSé. Se cerraron las puertas después de pitidos, saludos y despedidas y con la parsimonia típica del transporte público el metro emprendió de nuevo su marcha.

No se sorprendió nuestro desafortunado Sigfrido al ser golpeado por el bolso de Lady EraSoloUnaParada (ya pueden suponer cuál era la frase que le gritaba repetidamente a su compañero ahora). El salto que ésta dio del asiento al notar que tanto ella como Lord YaYaCreíaQueMeDaríaCuenta habían fallado en su cometido era solo comparable a el sky diving más temerario. La discusión se alargó hasta el punto en que la temperatura del vagón parecía haber alcanzado la de austenización, y solo al cabo de otras tres paradas se dieron cuenta los personajes de que les convenía dejar de lado el circo que estaban montando y bajar del metro.

Por suerte para Sigfrido, el resto del trayecto transcurrió con relativa normalidad. Bueno, si dejamos de lado el concierto de DJ KalienteMami, el llanto de un pobre bebé que durante la friolera de diecisiete paradas parecía estar descendiendo a los infiernos de Dante y el parón de ocho minutos y veintitrés segundos dos paradas antes de que nuestro desdichado amigo tuviese que bajar.

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