Wednesday, 22 May 2013

El péndulo.

        Trazando una curva perfecta, el péndulo se mecía. Ahora a la derecha, ahora a la izquierda. Constante, invariable, siempre igual, sin importarle qué lo envolviese. Las gruesas lentes de mis anteojos me permitían verlo con total claridad; el péndulo ignoraba toda fricción planteada por la lógica humana, la bola oscilaba armónicamente  ahora hacia la izquierda, ahora hacia la derecha, siempre igual. Me acaricié el pelo y tomé notas.
        Al cabo de dos horas, nada había cambiado ni un ápice. Derecha, izquierda. Arriba, abajo, arriba, abajo, siempre subiendo y bajando. El péndulo iba a su bola. No le importaba en absoluta nada de lo que le rodeaba. Por momentos parecía que el movimiento de la esfera se enlentecía, pero no; lo achaqué a mi cansancio (a diferencia del péndulo, yo no era inagotable). El sueño embotaba mis sentidos, reduciendo la efectividad de mi percepción.
        Así pues, caí presa del manto de Morfeo, y, aunque yo no lo supiese, con mi descanso llegó también el de tan curioso péndulo. Desde mi onírico mundo fui incapaz de notar tal cambio, estaba fuera de mi alcance.
        Cuando desperté, el péndulo seguía oscilando, la bola yendo arriba y abajo, de derecha a izquierda, bajando y subiendo, trazando siempre esa curva perfecta, perfecto e inmutable. 

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