Monday 15 July 2013

Sobre Charlotte, Mathieu y la verdad.

Charlotte no sabía qué hacer con Mathieu; él, junto a su mundo, se venía abajo irremediablemente. Escapaba a todo entendimiento qué había sido la causa de tal situación; el desasosiego de la joven contrastaba con la mortuoria calma del guarda quien, inmutable e inalterable, se paseaba por casa cual fantasma.
Pocas veces comía, y el dormir no era un lujo que nuestro joven fuese a permitirse; el quitarle la vida a aquél hombre tan sencillamente le había dejado tocado, le había enseñado que posiblemente aquel mañana que tanto dábamos por sentado día a día podía dejar de existir en los pocos segundos que tarda en ser disparada un arma, en las milésimas durante las cuales no funciona el freno de un vehículo, en el hecho de alargar solo un poquito aquella pequeña broma de "ahogos" en el lago.
Pero eso no lo sabía Charlotte; montones de ideas pasaban por su cabeza, desde las drogas hasta la posesión fantasmal, pasando por los engaños amorosos o una dura enfermedad. Ignoraba que lo único que había hecho su marido era abrir los ojos. Pero no siempre es bueno hacerlo, y buena prueba es nuestro querido Mathieu; hay gente que debe vivir, debido a su incapacidad para aceptar las cosas como son, a su fiel idolatración del eterno sueño de la vida perfecta e inacabable, siempre predecible, con los ojos cerrados para así evitar conocer verdades que, de otra forma, a uno lo arruinan.
Una vez que uno cae víctima de la verdad y es incapaz de aceptarla, ya nada se puede hacer, y ahí entra el papel de nuestra estimada Charlotte; ve como su marido se derrumba sin motivo aparente, poco a poco, sin saber que en realidad lo único que hace es alzarse. Es incapaz de hacer nada para evitar que siga subiendo, que siga descubriendo, porque una vez vista una verdad la curiosidad y el hambre nunca pueden ser saciadas. Y todo lo que sube, acaba bajando. Es la caída de los que no saben cargar con los privilegios de la verdad.

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