Kalen
estaba tan radiante como siempre. Su sonrisa destacaba entre las
demás, acompañando a sus perfectos rizos. No había forma de
competir con tal belleza natural, y no solo por el hecho de que Kalen
no tuviese rival aguna; para competir hacían falta dos, y la
perfección de la que hacía gala ella era algo tan natural que nunca
podía ser considerado un acto semejante. Podía notar sus mejillas
sonrojarse con cada copa que tomaba, dándole un toque aún más
alegre a su cara. ¿Cómo no iba yo a estar enamorado de tal ser?
¿Era posible resistirse a sus encantos?
Lo
dudaba.
De
hecho, mucha gente le había confesado ya su amor a Kalen, no era un
secreto. Y no es que alguien se encargase de hacerlo público, pero
se notaba en las caras de los afectados. Imperturbable salía siempre
Kalen de toda conversación, siempre alegre, siempre bella, siempre
fresca. Pero no se podía decir lo mismo de aquellos que habían
compartido con ella tales minutos. Abatidos, deshechos, despedazados.
Nada de ellos quedaba. Muchos se iban de viaje para recuperarse del
golpe, o al menos así había hecho Rory. Joke le echaba de menos,
pero la verdad era que desde que ambos se habían confesado lo que
sentían por Kalen su relación no había vuelto a ser la misma. No
creía que su amistad con ella fuese compatible con el corazón
deshilachado de su antiguo amigo.
Porque
eso era lo que compartían. Una amistad; algo de lo que ambos se
beneficiaban, algo que ambos disfrutaban, algo que siempre les dejaba
con la miel en los labios. Algo que hacía que siempre, al
despedirse, Joke sintiese que lo hubiesen dejado a medias. Pero eso
era mejor que caer presa del desasosiego. ¿No?
Fue
entonces cuando empezó a sonar la canción. “La marcha del Gallo
purpúreo” era una canción que había nacido como un juego de
niños, pero el paso del tiempo la había convertida en la canción
por excelencia de las fiestas, ya fuese en tabernas o durante las
festividades de los pueblos. Fue entonces cuando, inesperadamente,
nuestro querido Joke se encontró con una invitación que llevaba
esperando toda la noche.
- “¿Me concede
usted un baile, señor?”-le dijo Kalen a Joke con una jovialidad
solo posible en ella.
No
hizo falta respuesta alguna. Con una sonrisa, nuestro protagonista se
puso a bailar con ella. Abandonándola en cuanto se cruzó con la
hermana pequeña de Rory, se pusieron a lanzarse miradas mientras
bailaban. Una vez acabada la canción, hubo una pequeña pausa.
- “Me pregunto si
sería capaz de seguirme el ritmo con un poco de música más...
seria, milady.”-retó Joke a la dama con la que acababa de
compartir el final del baile.
- “No lo dude usted
ni un momento caballero. De hecho, le pido encarecidamente que no se
pierda entre mis pasos. No sería el primero.”-le dijo Kalen con
atrevimiento.
Fue
entonces cuando empezó la música de verdad. Pocos niños quedaban
alrededor de los intépretes; la mayoría se habían ido ya hacia sus
casas, a dormir. Era el turno de los adultos y de aquellos que
jugaban a serlo. Los pocos niños que quedaban eran puestos en
cuarentena por sus padres, en algun banco cercano o incluso con algún
conocido que supiesen que no fuese a bailar.
El
primer baile era, como de costumbre, la canción del padre de Kalen.
Era obvio que ella sabía que sería así, pero no por ello me sentí
intimidado. Llevaba años practicando para este momento, nada saldría
mal. Absolutamente nada.
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