Sunday 16 October 2016

El poder de un instante

El poder de cada foto es el removernos por dentro. No importa su antigüedad; cuando vemos una captura, sabemos que será irrepetible. Describe un recuerdo, un antes, un pasado, y lo hace de una manera eterna y efímera a la vez. Captura un instante que se eterniza, un instante que queda grabado para ser revisitado una y otra vez, siendo recordado y editado visita tras visita.

El poder de una foto va más allá de la imagen, de lo sucedido; evoca unos recuerdos que se saben únicos, que no volverán jamás. Cada foto es un antiguo trozo de realidad capturado que ya no es, un pequeño atisbo de efímera existencia que se mantiene vivo parcialmente y que se deforma con cada visita. La nostalgia endulza esos momentos, convirtiéndolos en algo añorado sin importar lo que estemos viviendo ahora.

El poder de la fotografía yace en su falta de poder, en el ser incapaz de mantener algo entero, puro e inalterable. Es así como cada foto que hacemos, que vivimos, cada cámara a la que sonreímos, tiene el potencial de convertirse en algo histórico. Ese momento, vivido y disfrutado, explotado al máximo, se convertirá en una memoria, en un "¿fue así?" y un "recuerdas que justo después...", y será alterado una y otra vez.

Llegará un día, años después de su nacimiento, en que la fotografía habrá perdido gran parte de su identidad; podemos olvidar la fecha, el chiste que se contó, la "patata" o el "whisky" de turno... pero no importa. Porque el poder de la foto yace en haber hecho eterna la sensación de disfrute, en haber plasmado en la historia un pequeño recuerdo.

Recordemos que la historia la escriben los vencedores; de nosotros depende qué fotografías, qué memorias y qué recuerdos sean los victoriosos. Y no solo hay que tener en cuenta la memoria en sí, sino también la manera en que recordamos aquel momento; el filtro de nostalgia por el que pasamos a la captura antes de digerirla vía nuestros ojos es casi tan importante como la fotografía en sí.

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