Wednesday 15 May 2013

Una mala cosecha.

         Los caramelos habían cambiado. Uno a uno, habían perdido su anteriormente dulce carga para sustituirla por una corrupta, salada y amarga que no hacía más que causar estragos en cada paladar sobre el cual se posaba; los caramelos de fresa, anteriormente de los favoritos para cualquiera, eran ahora una abominación cuyo sabor recordaba extrañamente a la sangre de cordero que chorrea a la hora de comer un asado, no más que un añadido a la lista infinita de sabores que habían perdido su esencia. Los de piña (ahora con un gusto a agua marina que era imposible no reconocer) tampoco habían sido capaces de sobreponerse a semejante situación. La última esperanza de la humanidad yacía en un aliado al que siempre se había marginado: los cítricos más puros.
         Solos ahora ante un mundo que no aceptaba su dulce constitución, estos caramelos se vieron forzados de forma irremediable a recurrir al exilio. Los primeros en desaparecer de la faz de las tiendas y grandes almacenes fueron los de limón; objeto de envidia de todo caramelo antaño considerado noble debido a su anterior condición de oveja negra del dulce éxtasis que eran los caramelos, su azucarado sabor era ahora de lo más destacable según los jóvenes y niños que casualmente visitaban las tiendas de chucherías (cabe decir que ya no se acumulaban turbas desordenadas como antaño, pues el decaimiento del sabor de la mayoría de caramelos provocó también el abandono en masa de la captura de dulces). Fue tal la gravedad de la situación que a nuestros amarillos amigos no les quedó otra opción que la de abandonar sus pequeños dominios a merced de una comunidad agria y corrupta por la sal que se había colado en la receta para evitar así una violento derrame de glúcidos.
         Resignados ante la irresoluble situación y viendo acontecer aquello que temían,  los caramelos de naranja no tardaron en seguir el camino que ya marcasen sus áureos hermanos al abandonar su reino para evitar tan fatal sentencia. Pero no marcharon solos; con ellos fueron todos sus hermanos menores que tan pocas veces recordamos. Montones de caramelos de pomelo e incontables hileras de dulces de lima marcharon junto a sus anaranjados parientes hacia un lugar que desconocían, sin esperanza alguna, solo guiados por la desesperación.
         Ésta es la historia de como un pequeño punto en éste nuestro mundo quedó vacío de toda sonrisa, huérfano de todo alegre chillido, para dar pie a una de las más oscuras épocas que han acontecido jamás en la historia de la humanidad.

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