Capítulo
12: Creación/Destrucción
No
había sido intencionalmente, pero se pasó la noche pensando en
ello. Y, justo antes de caer presa del cansancio que le abrazaba,
encontró la solución.
“No
me entiendes, Caroline.”
le dije lo más tranquilamente que podía. Estás a mi
merced, podría hacer lo que quisiese contigo. Yo te creé, y yo
podría destruirte, ¿pero cómo puedo hacer para decírtelo sin tan
fatal final?
Ella no podía aceptarlo, pensar en que aquella persona en la que
había confiado, su modelo de seguridad, podía caer. Y era normal
que no pudiese; el modelo no caía, simplemente intentaba comunicarle
que no era tan firme como creía. Que había fallado. Que la muerte
no era algo que pudiese controlar, que escapaba a mi alcance. Que no
podía controlar absolutamente todo. Pero yo sabía que en algún
momento ella se daría cuenta. Y, para ser sinceros, yo prefería que
muriese a que viviese una mentira que se me iba de las manos. Una
mentira que ya no podía moldear.
-“¿Cómo
esperas que entienda algo que ni siquiera me has explicado?”
-preguntó ella, nerviosa. -
“¿Estás seguro de que estás en tus cabales?”
Claro que estaba en mis cabales. Por primera vez en mucho tiempo era
verdaderamente consciente de lo que me envolvía, de lo que me
influía y de aquello que podía cambiar. Después de lo que me
parecía una eternidad, volvía a ver las cosas como en realidad
eran. Acababa de aprender a distinguir la realidad que ansiaba y la
que, voluntariamente o no, había creado. Y ello hacía que sacase
conclusiones que hubiese preferido desconocer.
Pude observar que se mordía las uñas, igual que había hecho
durante su infancia hasta antes de ser abandonada. Desde que nos
habíamos reencontrado en Barcelona, era la primera vez que la veía
hacerlo. Siempre había pensado que habría perdido la costumbre,
pero, como ya he dicho, no podemos controlarlo todo.
-“Yo
moldeé tu destino a mi gusto, Caroline. Yo escribí, una a una, las
delicadas líneas que trazaban el guión de tu vida.”- le
dije, algo inseguro.
No
sabía muy bien como explicárselo, ¿cómo hace uno para explicarle
a alguien a quien ama que nunca ha sido capaz de elegir, que nunca ha
sido la dirigente de su vida, que todo lo que le ha pasado era
premeditado, tanto para bien como para mal?
Me armé de valor, y se lo dije, no sin dudar de mis propias
palabras. Pero ella nunca sabría de mi inseguridad; que sabía
mentir mejor que nadie seguía siendo una realidad.
-“Ya me conoces de sobra, no solo por esos años que compartimos
durante nuestra infancia, sino también por los últimos meses que
hemos pasado juntos.”-respiré hondamente antes de seguir- “Mi
influencia llega hasta rincones de los cuales yo mismo tengo miedo, y
me aterroriza pensar en lo que podría pasar si algún día uno de
los pilares que me sujetan se volviese contra mí. Aquél día,
cuando te marchaste, fue exactamente lo que hiciste. Derrumbarme. Me
dejaste a merced de los cuervos. ¿Y qué hice yo? Enviar a las
águilas. Al principio me propuse arruinarte la vida, y vaya si lo
conseguí. Pero tras ver hasta dónde había llegado mi desaforada
reacción, decidí intentar arreglarlo: envié a Julius, un pequeñajo
tan necesitado de tu compañía y protección como tú, más tarde a
Ricardo, del cual me vi obligado a deshacerme por tu bien, y su
amigo, el cual te trajo aquí para acabar de pagar su deuda, donde
nos hemos reencontrado. Absolutamente todo hecho, dirigido y planeado
por mí.”
Asustada, Caroline se dirigió de forma atolondrada hacia la puerta y
tomó el pomo con una fuerza inhumana. Pude notar como se atrancaba,
pero al parecer ella no.
- “Déjame ir,”-me dijo ella mientras la desesperación desbordaba de sus lacrimosos ojos- “te lo ruego. Es lo último que te pediré. Por favor. Te ruego que me dejes ir, por pena, o por el color de tus ojos. Por lo que sea, pero déjame ir. Por favor.”
Esas fueron las últimas palabras que pronunció Caroline. Fueron las
últimas palabras que volví a saber que hubiese dicho. Nunca más
supe qué fue de ella; solo noté que, repentinamente, mientras ella
se aferraba al pomo, mi existencia desaparecía junto a lo cada vez
más distanciados temporalmente y arrítmicos latidos de su corazón.
Quizás yo no era más que una imagen sacada de un rincón de su
mente que ansiaba un compañero. Mientras desaparecía, caí en una
cosa; mis ojos eran lo último que había visto ella, y también lo
único en los últimos años.
...
Caroline no sabía por qué le había llamado Ignacio, pero fue sin
dudarlo. Nunca le había escuchado temblando tanto a la hora de
hablar, hundido en aquella inseguridad, así que estaba segura de que
algo malo estaba pasando.
Este
tipo de situaciones la ponían de los nervios, más aún cuando
surgían tan de repente. Y, para colmo, tenía que tomar el autobús
bajo la tormentosa lluvia que bañaba a la ciudad aquellos días, que
no podía considerarse precisamente relajante. ¿Quién diría que
hace menos de cinco minutos ella estaba cómoda, sentada en el
sillón, escuchando uno de los primeros discos de Muse a todo volumen
mientras disfrutaba de una buena cerveza? Durante el trayecto se
envolvió en las melodías de la banda de hard rock Guns'n'Roses para
disfrutar al menos de la compañía de la música y apagar el
teléfono, con la intención de evitar desesperados intentos de
contacto. El señorito se ponía muy impaciente cuando se le hacía
esperar normalmente, así que seguramente no tardaría ni otros cinco
minutos en volver a llamarla. Tan solitario, frío y
aislado para unas cosas y tan temperamental e inseguro para otras.
…
Vio como aquella chica ciega volvía a buscar torpemente la cerradura
para meter la llave, y salió rápido a abrirle la puerta. “¡Buenos
días Caroline! ¿Otra vez por aquí?” saludó simpáticamente. La
joven, sin parar de caminar, le dedicó un ademán acompañado de una
sonrisa algo forzada, mientras iba con cuidado de no tropezar con los
escalones. Corriendo por las escaleras. Éstos jóvenes han
perdido el respeto a la calma y la tranquilidad, creen que le ganan
tiempo a la vida por ir más rápido. No se dan cuenta que la meta es
la misma para todos, sin importar si llegamos antes o después. Aquí
no hay premios para el primero. Calmada, como siempre, volvió
hacia su casa, a atender a su inválido marido, que yacía paciente
en el sofá pidiendo un té caliente. Mientras caminaba podía oír
el golpe de los zapatos de la chica perderse en la infinitud de la
escalera. Dejando prisas y calmas de lado, hay que estar mal de la
cabeza para comprar un octavo piso sin ascensor...
…
No,
no bastaba con el ruido de la tormenta. La señorita necesitaba
pasearse con sus zapatitos de lado a lado del edificio.
Ella solo intentaba dormir. No era mucho pedir que la señorita
dejase de pasearse arriba y abajo. Por momentos llegó a pensar que
la pobre era tonta, pero tras un tiempo aparcó la idea para dar por
hecho que simplemente tenía muy poca memoria. La mayoría de veces
que le decía algo, la joven la miraba como si no la conociese. En
cambio, había momentos en que se mostraba de lo más simpática.
Quizás tenga alguna enfermedad mental que hace que no
reconozca a las personas. Bah, tampoco es algo que me incumba.
…
Estuvo un muy buen rato tocando la puerta de forma desesperada, pero
al final entró, y allí estaba él.
-“Querida...” -saludó él cariñoso, acercándose a ella para
abrazarla.
Pero
Caroline le rechazó. ¿Por qué lo he hecho?
Algo entristecido, se acercó.
-“Algo malo va a pasar cariño... te juro que no es mi intención,
pero por primera vez en mucho tiempo algo escapa a mi control.”
¿Qué
le pasaba ahora a éste? ¿Qué había hecho? ¿Qué iba a hacer?
Caroline no entendía lo que
decía Ignacio. No tenía ni pies ni cabeza. Al menos podría haberme
recibido con algo para tomar, o acercarme a un asiento. Aunque en su
piso me sintiese como en casa, que la ayudasen a sentarse era algo
que nuestra invidente compañera agradecía, y más aún si el gesto
iba acompañado de los preciosos ojos marrones de su acompañante
fijos en los suyos.
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