Monday 27 July 2015

Despertar: (13) Soledad

Capítulo 13: Soledad

Cuando llegó, todo había acabado ya. No quedaba nadie a quién rescatar. Todos estaban muertos.

“Cuando llegué la encontré así,” le dijo Jordi, el amigo de Caroline que había contactado con él para hacerle llegar la noticia, “aferrada fuertemente al picaporte. Al abrir la puerta, su cuerpo se arrastraba con ella, sujetando su mano siempre aquél pomo de plata.” Ésto es una locura. Julius todavía no era capaz de creerlo. Caroline no podía haber muerto, no tenía sentido. Ella era, para él, la mismísima definición de supervivencia.
“No quiero ni imaginarme qué puede haber pasado. Para mí, está claro que huía de algo, pero ella nunca me habló de nada que no fuese su día a día o ese tal Ignacio, el cual llegué a pensar que no existía.” Tras decir ésto, hizo una pausa, que Julius aprovechó para tomar un vaso de agua mientras pensaba en lo increíble y a la vez lógico de aquella historia. Ella no podía morir así. Ella tenía que caer luchando, no sufriendo consigo misma. O con quien quiera que fuese. Tras ver que Julius volvía a mirarle interrogante, Jordi siguió hablando. “Ahora veo que no era cosa mía: ella siempre quiso presentármelo, pero casualmente siempre salía una u otra excusa que impedía nuestra reunión. Ahora entiendo por qué: ella era él. Ignacio vivía en su interior. No es que no existiese, sino que se encontraba en su mente, y le hablaba como lo haría cualquier otra persona.” Al decir esta última frase, la voz de Jordi tembló, como si no se creyese sus propias palabras. Como si lo que decía no pudiese ser real. Dubitativo, siguió con su discurso. “Ella siempre destacaba lo poco que usaba el móvil, diciendo que no hablaba con nadie que no fuésemos aquel ente o yo. Al encontrarla, tras acomodar su cuerpo en el sofá, noté que su otra mano tenía el móvil aferrado con fuerza. Si liberar el picaporte requirió más trabajo físico del que pensaba que era capaz de realizar, abrirle la mano para coger el teléfono estiró las fronteras de mi fuerza hasta límites que yo mismo desconocía. El teléfono emitía la típica luz roja que titilaba anunciando llamadas perdidas.” Hizo una corta pausa, respiró profundamente, cogió el teléfono que tenía a su lado, y se lo mostró. “Eran catorce. Catorce llamadas perdidas. Catorce malditas llamadas perdidas, hechas desde su propio número, todas durante el período de tiempo en el que había estado conduciendo y caminando alrededor de la manzana.” Al decir ésto, se para repentinamente, cayendo en que había cosas que aún no había explicado.
“Cada vez que pienso en ésto, más increíble me parece, una locura.” Jordi suspiró, nervioso, antes de continuar. “Estuvo dando vueltas a la manzana. Más de veinticinco minutos en coche, y otros diez caminando. Los vecinos que la vieron dicen que parecía apurada, como si llegase tarde a casa de alguien.” Hizo una pausa antes de seguir, para evitar sucumbir al peso de las lágrimas que se secó con la manga de su polo intentando disimular. Demasiado débil. ¿Qué hacía Caroline con alguien así? Julius iba a decir algo, pero el barcelonés le interrumpió, para proseguir con su historia. “Volvió a casa. Llegó a casa. Fue a casa. Da igual como quieras decirlo o como lo pensase ella. La cuestión es que volvió a cruzar la misma puerta que acababa de abrir para salir en dirección contraria. Pero no se dio cuenta. Para ella, era la puerta de Ignacio. Estaba en el bloque de pisos de Ignacio. Acababa de cruzar su portal tras casi una hora de trayecto, y era incapaz de reconocerlo. Creía que era el de Ignacio.” Tras éstas últimas palabras, no pudo evitar romper a llorar, y Julius vio como se quebraba la figura de aquél individuo del cual no podía evitar compadecerse.
“Si te preguntase por Caroline, ¿qué es lo primero que se te viene a la cabeza?” le dijo altivo al hombre roto que sollozaba delante suyo. No repitió la pregunta a pesar de la tardanza, ya que sabía que no era el momento ideal. Pero tenía que comprobar algo. El cristal seguía siendo azotado por el granizo invernal. Lo que me faltaba. Juraría que yo solo había pedido que amainase un poco la lluvia. Y encima ahora acompañan a las ácidas gotas las lágrimas de un ignorante.
Sin dejar de llorar, el joven empezó a hablar. “Definitivamente, aquellos enigmáticos ojos, siempre ocultos tras unas gafas de sol oscuras como el más tenebroso de los ocasos. No me he visto con el coraje necesario para quitárselas.” Pobre iluso. La frialdad y arrogancia que ahora caracterizaba a Julius no eran algo de siempre. Su inocencia había derivado de forma natural hacia un mal genio destacable, y la influencia de su tío había hecho el resto. El catalán siguió hablando. “Pero esos ojos no eran para mí. No. Los había usado para describir a Ignacio a la perfección. Ella amaba a otro. Y ese otro ni siquiera existía.” Eso sí que es amor propio, Caroline. Veo que te querías lo suficiente como para no necesitarme.
“No tienes ni idea de lo que dices.” le dijo a Jordi, quedando éste paralizado tras oír las duras palabras. En un instante, el joven catalán se abalanzó sobre él, intentando golpearlo. Para cosas así me sirvió entrenar con el tío Glenn. Con un simple y ágil movimiento, el amigo de lo que había sido Caroline acabó en el suelo, sufriendo un golpe que le provocó una repentina apnea involuntaria. No se lo esperaba. Hasta cierto punto, le daba pena tener que hacer algo así con aquél hombre. Pero nadie tenía permiso para tocarle. Menos aún un desconocido como aquél. Le dio una patada en la espinilla y otra en la cara, rompiéndole la nariz, que comenzó a sangrar a borbotones.
-¡No vuelva a intentar tocarme hijo de puta!-le dijo Julius violentamente.

Contrólate. Pero ya era demasiado tarde. Sin dudarlo ni un momento, Julius fue hacia donde yacía inerte el cuerpo de Caroline, cogió el cadáver, y lo tiró encima de aquél indecoroso llorón. “¡¿Sigues tan enamorado de sus ojos ahora cabrón?! ¡Míralos! ¡Míralos y disfruta una vista única!” Violentamente, Julius cogió el cuerpo de su amada por los pelos y puso aquella desanimada cara a la altura de la suya. Segundos después, las gafas de Caroline estaban en el suelo, rotas, y sus cuencas oculares, vacías, observaban ciegamente al catalán, que rompió en un llanto desesperado y agonizante. “¡¿Ves ahora por qué te llamo ignorante niñato?!¡Espero que hayas tenido suficiente!”. No tenía que hacerlo. Pero sabía que quería, y quedarse con ganas de algo no le convenía. Julius sacó repentinamente una pequeña Colt plateada del 96 y, fugaz, disparó una bala que fue a parar justo entre ceja y ceja del que había sido su compañero de agonías durante la última hora. Al menos así se callará un poco. Podría haberme ahorrado todo este alboroto si no fueses tan estúpido. Sigo sin entender que vio Caroline en ti.

No comments:

Post a Comment