Capítulo
13: Soledad
Cuando
llegó, todo había acabado ya. No quedaba nadie a quién rescatar.
Todos estaban muertos.
“Cuando
llegué la encontré así,” le dijo Jordi, el amigo de Caroline que
había contactado con él para hacerle llegar la noticia, “aferrada
fuertemente al picaporte. Al abrir la puerta, su cuerpo se arrastraba
con ella, sujetando su mano siempre aquél pomo de plata.” Ésto
es una locura. Julius todavía
no era capaz de creerlo. Caroline no podía haber muerto, no tenía
sentido. Ella era, para él, la mismísima definición de
supervivencia.
“No
quiero ni imaginarme qué puede haber pasado. Para mí, está claro
que huía de algo, pero ella nunca me habló de nada que no fuese su
día a día o ese tal Ignacio, el cual llegué a pensar que no
existía.” Tras decir ésto, hizo una pausa, que Julius aprovechó
para tomar un vaso de agua mientras pensaba en lo increíble y a la
vez lógico de aquella historia. Ella no podía morir así.
Ella tenía que caer luchando, no sufriendo consigo misma. O con
quien quiera que fuese. Tras ver
que Julius volvía a mirarle interrogante, Jordi siguió hablando.
“Ahora veo que no era cosa mía: ella siempre quiso presentármelo,
pero casualmente siempre salía una u otra excusa que impedía
nuestra reunión. Ahora entiendo por qué: ella era él. Ignacio
vivía en su interior. No es que no existiese, sino que se encontraba
en su mente, y le hablaba como lo haría cualquier otra persona.”
Al decir esta última frase, la voz de Jordi tembló, como si no se
creyese sus propias palabras. Como si lo que decía no pudiese ser
real. Dubitativo, siguió con su discurso. “Ella siempre destacaba
lo poco que usaba el móvil, diciendo que no hablaba con nadie que no
fuésemos aquel ente o yo. Al encontrarla, tras acomodar su cuerpo en
el sofá, noté que su otra mano tenía el móvil aferrado con
fuerza. Si liberar el picaporte requirió más trabajo físico del
que pensaba que era capaz de realizar, abrirle la mano para coger el
teléfono estiró las fronteras de mi fuerza hasta límites que yo
mismo desconocía. El teléfono emitía la típica luz roja que
titilaba anunciando llamadas perdidas.” Hizo una corta pausa,
respiró profundamente, cogió el teléfono que tenía a su lado, y
se lo mostró. “Eran catorce. Catorce llamadas perdidas. Catorce
malditas llamadas perdidas, hechas desde su propio número, todas
durante el período de tiempo en el que había estado conduciendo y
caminando alrededor de la manzana.” Al decir ésto, se para
repentinamente, cayendo en que había cosas que aún no había
explicado.
“Cada
vez que pienso en ésto, más increíble me parece, una locura.”
Jordi suspiró, nervioso, antes de continuar. “Estuvo dando vueltas
a la manzana. Más de veinticinco minutos en coche, y otros diez
caminando. Los vecinos que la vieron dicen que parecía apurada, como
si llegase tarde a casa de alguien.” Hizo una pausa antes de
seguir, para evitar sucumbir al peso de las lágrimas que se secó
con la manga de su polo intentando disimular. Demasiado
débil. ¿Qué hacía Caroline con alguien así?
Julius iba a decir algo, pero el barcelonés le interrumpió, para
proseguir con su historia. “Volvió a casa. Llegó a casa. Fue a
casa. Da igual como quieras decirlo o como lo pensase ella. La
cuestión es que volvió a cruzar la misma puerta que acababa de
abrir para salir en dirección contraria. Pero no se dio cuenta. Para
ella, era la puerta de Ignacio. Estaba en el bloque de pisos de
Ignacio. Acababa de cruzar su portal tras casi una hora de trayecto,
y era incapaz de reconocerlo. Creía que era el de Ignacio.” Tras
éstas últimas palabras, no pudo evitar romper a llorar, y Julius
vio como se quebraba la figura de aquél individuo del cual no podía
evitar compadecerse.
“Si
te preguntase por Caroline, ¿qué es lo primero que se te viene a la
cabeza?” le dijo altivo al hombre roto que sollozaba delante suyo.
No repitió la pregunta a pesar de la tardanza, ya que sabía que no
era el momento ideal. Pero tenía que comprobar algo. El cristal
seguía siendo azotado por el granizo invernal. Lo que me
faltaba. Juraría que yo solo había pedido que amainase un poco la
lluvia. Y encima ahora acompañan a las ácidas gotas las lágrimas
de un ignorante.
Sin
dejar de llorar, el joven empezó a hablar. “Definitivamente,
aquellos enigmáticos ojos, siempre ocultos tras unas gafas de sol
oscuras como el más tenebroso de los ocasos. No me he visto con el
coraje necesario para quitárselas.” Pobre iluso.
La frialdad y arrogancia que ahora caracterizaba a Julius no eran
algo de siempre. Su inocencia había derivado de forma natural hacia
un mal genio destacable, y la influencia de su tío había hecho el
resto. El catalán siguió hablando. “Pero esos ojos no eran para
mí. No. Los había usado para describir a Ignacio a la perfección.
Ella amaba a otro. Y ese otro ni siquiera existía.” Eso
sí que es amor propio, Caroline. Veo que te querías lo suficiente
como para no necesitarme.
“No
tienes ni idea de lo que dices.” le dijo a Jordi, quedando éste
paralizado tras oír las duras palabras. En un instante, el joven
catalán se abalanzó sobre él, intentando golpearlo. Para
cosas así me sirvió entrenar con el tío Glenn. Con
un simple y ágil movimiento, el amigo de lo que había sido Caroline
acabó en el suelo, sufriendo un golpe que le provocó una repentina
apnea involuntaria. No se lo esperaba.
Hasta cierto punto, le daba pena tener que hacer algo así con aquél
hombre. Pero nadie tenía permiso para tocarle. Menos aún un
desconocido como aquél. Le dio una patada en la espinilla y otra en
la cara, rompiéndole la nariz, que comenzó a sangrar a borbotones.
-¡No vuelva a intentar tocarme hijo de puta!-le dijo Julius
violentamente.
Contrólate.
Pero ya era demasiado tarde. Sin dudarlo ni un momento, Julius fue
hacia donde yacía inerte el cuerpo de Caroline, cogió el cadáver,
y lo tiró encima de aquél indecoroso llorón. “¡¿Sigues tan
enamorado de sus ojos ahora cabrón?! ¡Míralos! ¡Míralos y
disfruta una vista única!” Violentamente, Julius cogió el cuerpo
de su amada por los pelos y puso aquella desanimada cara a la altura
de la suya. Segundos después, las gafas de Caroline estaban en el
suelo, rotas, y sus cuencas oculares, vacías, observaban ciegamente
al catalán, que rompió en un llanto desesperado y agonizante.
“¡¿Ves ahora por qué te llamo ignorante niñato?!¡Espero que
hayas tenido suficiente!”. No tenía que hacerlo. Pero
sabía que quería, y quedarse con ganas de algo no le convenía.
Julius sacó repentinamente una
pequeña Colt plateada del 96 y, fugaz, disparó una bala que fue a
parar justo entre ceja y ceja del que había sido su compañero de
agonías durante la última hora. Al menos así se callará
un poco. Podría haberme ahorrado todo este alboroto si no fueses tan
estúpido. Sigo sin entender que vio Caroline en ti.
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