Tuesday, 16 December 2014

Animales de costumbres

Todos somos animales de costumbres; una rutina a seguir, alguna tradición familiar, las sobras para los domingos, el madrugar... Nos cuesta mucho cambiar, ya sea para bien o para mal. Requerimos de cierto patrón para mantenernos cuerdos, el caos haría que nos perdiésemos en lo que otrora podría ser el más cotidiano de los actos.

Despertarnos a una hora fija para recordar siempre cuándo estamos viviendo, qué día es y cómo hay que afrontarlo. Seguir unos horarios para intentar impedir imprevistos, para estar siempre donde debemos y cuando debemos. Cuatro comidas al día y con el correcto repartimiento de fruta, verdura, hidratos de carbono y demás. ¿Los medicamentos? Cada cuatro, seis, ocho u doce horas, quizás uno al día. ¿Clase? Los fines de semana son sagrados, así que los otros cinco son su dominio. Las cuatro estaciones, los doce meses, las horas, minutos y segundos. Años, lustros, décadas, siglos, milenios.

Llegamos hasta el punto de intentar convertir en costumbre aquello impredecible; nos inventamos el horóscopo, las lecturas de manos y el tarot. Romper un espejo, pasar bajo una escalera, las patas de conejo, un trébol de cuatro hojas o pisar excrementos; según nuestra ilógica esto también tiene poder sobre nuestro destino, haciéndolo más predecible. Como las costumbres.

Llegamos hasta el punto de convertir lo poco común en una necesidad a la mínima que se convierte en medianamente común: aquella casual sonrisa que pasa a ser periódica, la lluvia de los Jueves, la pesadez de las mañanas de Domingo e incluso las rebajas. Yo mismo he cogido la costumbre de moverme el pelo de la frente o de acomodármelo en la oreja al coger el teléfono, cosas que aún mantengo ahora que mi abultada cabellera ha sido recortada por las pinzas de la peluquera. Y solo tardé 2 meses en convertir una molestia casual en una costumbre.

¿Conclusión? Sí, ésta.

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