Mirándote a los ojos era aún más difícil. El viento hacía que tu flequillo bailase alegremente, como si de mí se mofase. Una sonrisa y una mirada al infinito que servían para hacerme sentir la persona más tonta del mundo. ¿Y se suponía que tenía que escuchar lo que decías?
Porque a veces es difícil. Cuando no haces más que darme razones para sonreír, cuando pienso que es gracias a ti que no he caído presa de la locura, cuando me paro a pensar en lo que haría si no estuviese compartiendo ese momento así... Se me va el santo al cielo y no respondo. La mente en blanco, como si estuviese recién salido de un choque. Con la diferencia de que es cada una de tus sonrisas las que hacen que me quede casi en estado vegetativo, con un reflejo que intenta imitar a tu sonrisa pegado a mi cara.
Alguno diría que eso es algo malo, pero yo creo que es esa pequeña locura la que se encarga de mantenerme cuerdo. Esos momentos en los que lo oscuro que me envuelve desaparece, unos instantes que a veces siento que podrían ser eternos y no me cansaría jamás, aquellos que hacen que siga siendo quien creo ser... y que me ayudan a querer seguir siéndolo.
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